Cuando en nuestra infancia no hemos recibido amor incondicional, hemos aprendido que con ser nosotras, no es suficiente para que nos quieran y que tenemos que hacer algo más… ser buenas, ser complacientes, ser comprensivas, no hacer cosas que puedan doler a otras personas, que les pueda enfadar, etc. Si a esto le sumamos el haber nacido mujeres en una sociedad machista, que no valora a las mujeres (a no ser que se adapten a las necesidades de los hombres), llueve sobre mojado para muchas de nosotras.

El aprendizaje que se hizo en ese caso es que para caber en el amor que nos dieron, teníamos que dejar fuera muchas cosas de nosotras que no brillaban tanto y que nuestr@s progenitores no validaron. Es decir, dejar de ser para ser queribles. Y por ahí no es…

El trabajo a hacer ahora de adultas sería estirar el amor para que cubra cada vez más partes de nosotras. 

Lo mismo ocurre con la sociedad: una sociedad en la que el amor, la admiración y la validación la reciben influencers, modelos e instagramers, y en la que mucha gente (la mayoría) se queda en los márgenes, en lo poco valioso y deseado, en lo no querible. Una sociedad con un amor más corto y más pequeño cada vez. 

Así que la revolución sería estirar el amor. 

Estirar el amor que nos tenemos, en lugar de mutilarnos y dejar fuera partes de nosotras.

Estirar el amor que damos, y querer a otras personas aunque piensen o sean diferentes de nosotras.

Estirar el amor para crear redes y lazos cada vez más incluyentes y amplios es una revolución para nosotras y también para la sociedad que nos quiere mutiladas y divididas. 

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