Nos duele ver que personas a las que queremos sufren o van a sufrir. No es raro que en consulta nos pregunten cómo ayudar a otra persona para que cambie algún hábito dañino para el/ella. Hablamos claro, de otr@s adult@s, no de pautas de crianza.
A las mujeres se nos ha encargado tradicionalmente el trabajo “reproductivo” y cuidar de otr@s, se nos ha hecho responsables de lo que les pasa a otras personas de nuestro entorno.
La contestación siempre es la misma: ¿Está esa persona dispuesta a cambiar? Es un requisito indispensable que la persona esté abierta a ello. Los hábitos no son fáciles de “desaprender”. Ha llevado años desarrollarlos y se han convertido en parte de nuestra identidad. Incluso cuando consideramos que tenemos un “mal hábito” o un hábito que nos perjudica, podemos tener muchas resistencias a cambiarlo.
Si esa persona no está dispuesta a cambiar, no hay nada que hacer. Empeñarnos en que lo haga sin que quiera hacerlo será una pérdida de tiempo y de energía.
Después de este chasco. Podemos empezar a plantear otras cosas que sí podemos hacer y que están en nuestra mano.
Qué cosas sí podemos hacer:
No juzgar: Aunque nos gustaría que la otra persona cambiase, (por su propio bien o por el nuestro), debemos aceptarle tal y como es ahora.
Pero cuando nos causa problemas o no nos gusta cómo se comporta otra persona, aceptar puede ser algo realmente complicado. Pensamos que nuestro problema se solucionaría si la otra persona cambiase. Pero, si cambiar no es tan difícil, ¿por qué no empezar nosotras cambiando el hecho de que nos deje de molestar lo que el/la otr@ hace? Así se solucionaría también el problema ¿no?.
Pues eso, que cambiar no es tan fácil y cada un@ tenemos nuestras razones para hacerlo o no. En todo caso, lo más útil es poner nuestro foco donde realmente tenemos el control: en nosotras mismas.
A partir de aquí, si es que nosotras sufrimos las consecuencias de lo que otras personas hacen, podemos empezar a ver qué podemos hacer nosotras para minimizar esas consecuencias o el daño que nos produce y tomar nosotras una decisión al respecto.
La otra persona está en su derecho de comportarse como lo hace y de no cambiar. Pero nosotras también estamos en nuestro derecho de no asumir las consecuencias del comportamiento de otra persona y alejarnos o sacar a esa persona de nuestra vida.
En el caso de que la otra persona estuviese abierta al cambio y quisiera nuestra ayuda podemos ayudarle a ser más consciente. Un hábito es una conducta automatizada a la que ya no le prestamos atención. Podemos ayudar a otra persona a manejar sus hábitos, señalándole lo que parece desencadenar esa conducta. Ese desencadenante puede ser una emoción, una situación física o un pensamiento. Ayudar a la otra persona a hacerse consciente de esos detonantes puede ayudarle a manejar su conducta.
Es importante recordar que cada un@ somos responsables de nuestro comportamiento y que la persona que quiera cambiarlo puede buscar información, acudir acudir a un especialista o tomar las medidas que considere necesarias para cambiar.